Hay que reconocer que ninguna otra agrupación política tiene más capacidad de trabajo, ambición de poder y menos escrúpulos que la que sostiene la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner. Si las presidenciales de octubre se midieran por estos atributos se podría descontar, como machaca la acción psicológica, que "Cristina ya ganó".

Catamarca, donde la postulante del Frente para la Victoria acaba de obtener un resonante triunfo ante el gobernador Eduardo Brizuela del Moral, es un buen ejemplo de las tres cosas: la gente que apoyó a Lucía Corpacci viene trabajando desde hace más de seis meses y los operadores de la candidatura, como Juan Carlos Mazzón y Armando "Bombón" Mercado, no dudaron en aliarse a Ramón Saadi y a los dirigentes más desprestigiados de la provincia para ganar la elección. Tampoco les tembló el pulso para repartir desde libros hasta dinero en efectivo a cambio del voto.

Pero los adherentes al gobernador -un oportunista que también practica el clientelismo a tiempo completo, que pretendía eternizarse en el poder y que fue kirchnerista mientras le sirvió- se durmieron en los laureles. Por otra parte, ni Ricardo Alfonsín ni Ernesto Sanz ni Julio Cobos poseían buena información sobre el impacto que tuvieron la propaganda oficial y la visita de la Presidenta a la provincia. Los tres están demasiado ensimismados con su pequeña interna radical mientras los tiburones cristinistas operan a sus correligionarios y siguen fracturando el partido en distritos como Río Negro.

La voluntad y la obsesión por mantenerse en el poder no son privativas de los cristinistas de Catamarca. En los últimos días, el ultrakirchnerista Carlos Kunkel les endulzó el oído a dirigentes tan distintos como el senador por Córdoba Luis Juez y el hermano del gobernador de la provincia de Buenos Aires José Scioli. Kunkel no tuvo empacho en ofrecer a ambos importantes beneficios si se suman al proyecto Cristina 2011, lo que demuestra, por un lado, que a los supuestos principistas les importa menos la ideología que el poder y, por el otro, que el diputado cuenta con la autorización de sus jefes para hacer semejante oferta.

No hay que ser muy inteligente para comprender que mientras los soldados de Cristina tienen muy claro su objetivo y muy pocos límites para alcanzarlo, la oposición se encuentra desarticulada y sin una estrategia clara para responder a la apabullante maquinaria política y económica de la que hace uso el Gobierno. Es muy interesante analizar cómo el núcleo duro del oficialismo logró imponer la sensación de que la Presidenta ya ganó, primero entre los formadores de opinión y después ante el resto de la gente.

El recurso fue relativamente sencillo. Difundió encuestas en las que Cristina Fernández aparece como la única candidata segura mientras por el otro se muestra la dispersión del voto opositor entre una decena de candidatos como Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Alberto Rodríguez Saá, Mario Das Neves, Felipe Solá, Alfonsín, Sanz, Cobos, Elisa Carrió y Pino Solanas. Cualquier analista de encuestas sabe que en octubre el panorama será otro. Y que incluso es probable una fuerte polarización entre Cristina y el dirigente al que la gente vislumbre como una alternativa para impedir que se perpetúe en el poder. Es decir, una suerte de adelantamiento de la segunda vuelta.

Sin embargo, el jefe de gobierno de la ciudad, quien podría ser el beneficiario de semejante polarización, sigue jugando a la ruleta rusa con las candidaturas a sucederlo de Gabriela Michetti y Horacio Rodríguez Larreta. Esa indefinición, más la demora en recrear el vínculo con Francisco de Narváez, el tiempo que falta para sumar a Eduardo Duhalde a su proyecto y las operaciones kirchneristas que lo muestran dudando entre la candidatura presidencial y su propia reelección lo hacen aparecer desdibujado, al mismo tiempo que las principales espadas del cristinismo repiten: "La diferencia que hay entre una mujer de Estado y todos los demás candidatos es enorme. Inalcanzable".

A contramano de la improvisación de los dirigentes de la oposición, los asesores de la Presidenta no dejan nada librado al azar: el inteligente y sutil uso del luto y las correcciones inmediatas a los burdos errores políticos del director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y la diputada Diana Conti demuestran que sus asesores están muy atentos. Es evidente que su estrategia de comunicación es muy superior y más sofisticada que la de cualquier otro candidato. Mientras la Presidenta aparece siempre por televisión bien iluminada y en los actos públicos y callejeros "protegida" por los militantes de La Cámpora para evitar situaciones incómodas, Macri, Carrió, Alfonsín, Sanz, Duhalde y Solanas, entre otros, salen a la calle "a la buena de Dios" y asumiendo el riesgo de que cualquier miitante K los insulte y los descalifique. Mientras Cristina Fernández no hace conferencias de prensa sin condicionar preguntas ni entrevistas, los demás tienen que contenerse para no responder a los agravios disfrazados de preguntas de los "periodistas militantes" pero rentados de los programas oficiales y paraoficiales.

Ante cada crítica de un periodista en los diarios, Internet, la radio y la TV, aparecen cientos de descalificadores que intentan modificar el eje de la discusión porque les resulta más efectivo insultar al profesional o al medio que intercambiar ideas y perder la discusión entre los lectores.

Frente a semejante logística, los otros postulantes confían en que el hartazgo de la mayoría de la gente incline la balanza en su favor. Sin embargo, con la muerte de Néstor Kirchner y el hecho de que ya la Presidenta no ataca enfurecida y en público a Clarín y no recrea la falsa idea de que para ganar hay que pulverizar al enemigo, está bajando considerablemente los niveles de rechazo hacia su figura. Los ataques y persecuciones del Gobierno, por lo bajo, continúan, igual que mantiene a sus talibanes de la tele para ladrar a los periodistas que no puede comprar. Fuentes cercanas a la Presidenta afirman que no prescindirán de ellos por ahora, pero algunos de sus hombres analizan la posibilidad de que tarde o temprano se puedan convertir en un bumerán.

Cristina todavía no ganó. Sólo parece que "está ganando" porque arrancó antes, mejor y porque sus soldados no tienen ningún inconveniente en hacer lo que sea para lograrlo.


Publicado en La Nación